lunes, 21 de julio de 2014

Que vienen los indios

Día 8 






Están ahí, seguro: escondidos tras los árboles. Mientras, yo me agazapo detrás del sofá, compruebo una vez más que el cargador del Winchester de plástico está completo y espero a que ataquen. 

-Que vienen los indios... 


Con este grito lanzado por mi hermano José solía comenzar la diversión cuando yo era un crío. Los indios, para el pequeño mí de hace 30 años (o alguno más), eran los malos. Irracionales tipos semidesnudos (con lo que mola un uniforme) que se pintan las caras y debían de oler fatal (como si en el Séptimo de Caballería se bañaran a diario después de todo el día a pleno sol sobre un animal sólo ligeramente menos sudoroso que su montura).

Que vienen los indios... Da hasta lástima (doy hasta lástima). Si los indios no hicieron otra cosa que irse hasta que murieron o hasta que los encerraron en reservas con un casino a la puerta para que se jueguen su miseria al azar. El mismo oro que sirvió de coartada de americanos (y de españoles en parte también de los USA y de Río Grande hacia abajo, hasta el fin del mundo) para casi exterminar todo un continente es ahora el que los mantiene callados. 

O borrachos. 

Hoy, ya me veis, ha sido día indio. No habrá muchas fotos porque tampoco se han podido hacer muchas y porque, sinceramente, viéndolas ahora alguno me diría que eso lo he podido tomar en Guadalajara y que Asturias es más bonita de largo. 








Bueno, viendo las fotos podría pensarse algo así. Ahora es cuando me explico: la Natchez Trace Parkway es una carretera paisajística (así la califican ellos) de más de 700 kilómetros que nace en Natchez (muy cerca de la desembocadura del Mississippi) y termina en Nashville. La ruta homenajea (no lo calca lógicamente), el recorrido que las tribus hacían desde el final del río madre hasta las montañas de sal de Tennessee y vuelta; con el tiempo, granjeros y buscavidas de diversa condición también aprovecharon la ruta a través de ríos, montañas, valles y bosque, mucho bosque. 

Yo sólo he recorrido la mitad (desde Tupelo a Nashville) y al menos en ese tramo no te encuentras una sola señal de vida humana (no pasan junto o a través de pueblo alguno, granja o parada de bus). Sólo hay naturaleza y más naturaleza, árboles y más árboles y la sensación de que vas a caballo porque no puedes ir a más de 75 kilómetros por hora. Sí, calculad 300 kilómetros a esa velocidad, anda.

Sin embargo, es una gozada conducir durante más de 300 kilómetros entre vegetación (los tipos de árboles cambian ligeramente según las zonas) para terminar con las colinas verdes, muy verdes, sobre las que se asienta la capital comercial del country (Nashville es al country lo que Memphis al blues, el lado capitalista de la música, con sus estrellitas cuasipoperas de usar y tirar y sus dinosaurios acomodados). 

Ya que estamos en Nashville y a falta de fotos os dejo la canción que está pegando este verano (es una americanada que, con el vídeo, me recuerda a las horteradas ésta que lanza ahora Estrella Damm cada verano... pero a la americana, que estas payasadas shinny happy people para vender cervezas, refrescos o compresas las inventaron ellos):



A mí me gusta (aunque el Kenny éste es como el Georgie Danne del country, el que siempre saca las canciones del verano).

La segunda también la repiten mucho y juro que no pude oír a quién pertenecía. Al igual que con la anterior, me quedo con alguna frase y luego googleo. El juramento se explica porque llego al motel y descubro que la canción country que de verdad me gusta de este verano es de Miranda Lambert (ver el post del día 5), la mismita que descubrí en un bareto de Nueva Orleans.



Pasado el bloque comercial, volvemos a los indios y la seriedad.


Estoy en Dahlonega, al norte de Georgia y en el extremo suroccidental de los Apalaches. 

Origen del genocidio contra los indios más cruento de la historia americana (conocido como el Sendero de Lágrimas o Trail of Tears). 

El pueblo tiene su encanto (si practicáis deportes de naturaleza es divino de la muerte), pero me he venido hasta aquí porque en una laderita del pueblo, allá por el año de 1829, se encontraron unas pocas pepitas de oro. Las pocas se transformaron en muchas y las muchas en millones. Con lo que la primera gran fiebre del oro estalló por los aires. 

-Fire in the hole...

Grita uno y boom. Adiós media montaña.

Los quebraderos de cabeza se multiplican para el Gobierno de Georgia y de los Estados Unidos. Pese a que se frotan las manos, por supuesto; que tres siglos antes, Hernando de Soto, el conquistador español, recibió un soplo de sus confidentes de que en esas montañas había oro, pero el hombre buscó en el lado contrario de la cordillera (muy nuestro) y los españoles renunciaron a seguir buscando en los USA y se fueron al sur... ¿y si el chivato de Hernando de Soto se hubiera ganado el jornal? ¿hubieran sido los USA españoles?.

Anda, hoy me ha dado también por la historia ficción.  

En la historia de verdad, en la que murieron en unas semanas 4.000 cheroquis de 17.000 (uno de cada cuatro de toda la tribu), a la Casa Blanca (¿existía ya?) le da por crear en 1830 el Acta de Remoción India. Con ese nombre, parecía que le iban a poner ascensores a las fincas, pero lo que de verdad provocaba es que las denominadas Cinco Grandes Tribus Civilizadas (para cinco que se habían integrado más o menos) eran invitadas (ya sabéis: es voluntario, aunque quien no haga el trabajo sobre el Lazarillo no aprobará) a abandonar la zona donde vivían (el sureste americano, entre Georgia, Florida, las Carolinas) y coger todo el campo que quisieran al otro lado del Mississippi. 

Ahí al lado, vamos. Unas 500 millas (o casi 1.000 kilómetros a pie).

Algunas tribus se pusieron en marcha con cierta resignación (lo peor vino varias décadas después, cuando los colonos también quisieron quedarse las tierras entre California y el Mississippi). Otras, como los cheroquis, no. ¿Sabéis por qué? Porque el monte del oro era su casa. Así que a ellos hubo que echarlos con la caballería arreando y amenazando. Como dije antes, unos 4.000 murieron de hambre, cansancio y frío de camino a Oklahoma.

En el centro del pueblo están muy orgullosos de su Museo del Oro.


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