miércoles, 16 de julio de 2014

Tiempo de samatari

Día 3





Os dejé colgados ayer (como los collares de la foto). Que es lo que viene a significar eso del cliffhanger en series o películas (dejar la cosa en una situación en extrema intriga, en plan un asesino malísimo apuntando al buenísimo con una pistola, sube la música tachán y... y fundido a negro, hasta la semana que viene o hasta la segunda parte).

Pero es que me lié, la verdad sea dicha. Haciendo tiempo para ir a un concierto, perdí la noción del tiempo (y perdí también...) en un antro en Bourbon Street (doy fe: es trampa para turistas) donde había cien tipos distintos de cervezas. No, no las probé todas (creo), pero me puse a hablar con una pareja muy maja de Austin, Texas, y empezamos a compartir cervezas, tequilas y ese veneno de los avernos que es el Jägermeister...

Y en esas condiciones no estaba yo para escribir...

Menos mal que esta mañana tenía el Ruby Slipper para abrocharme otro desayunaco: el Bananas Foster Pain Perdu. Como su propio nombre indica, es para ponerse perdido, pero no es nada doloroso:



¿Y qué lleva esto, que así a simple vista parece dos kilos de pez espada empanado con bacon? Pues lleva un poquito de plátano, como se puede apreciar y algo de bacon, es verdad. Lo importante, sin embargo, son tres rebanadas, tres señoras rebanadas, de pan empapado en flambeado de ron (la textura es similar a las torrijas patrias), con decenas de pasas, un par de plátanos enteros y bacon. 

Con esto sí pude.

Y fui perdiendo de vista la noche anterior y me subí a un tranvía:





Estoy sorprendido, he de reconocerlo. Lo estoy, porque hay ciudades en el primer mundo en la que los tranvías sirven de algo y hasta se monta gente en ellos. Tonto de mí, que siempre creí que era una cosa en la que malgastaron cientos de millones de euros en España en los últimos años de bonanza y ahora ni hay trenes ni gente en los pocos trenes que sí hay. 

Iluso.

En Nueva Orleans los tranvías funcionan a la perfección y van repletos de turistas (a lo mejor es que hay alcaldes españoles que se creen que a su ciudad van tantos visitantes como a Nueva Orleans y que hay que ver tanto). El más pintoresco es el de la línea de Saint Charles, que incluso se diferencia de los demás por el color (es verde, frente al rojo del resto), y arranca en el centro, circula por casi 20 kilómetros y va atravesando casoplones flanqueados por robles centenarios y gigantescos.




   Las fotos no hacen justicia de lo que se ve realmente en la zona (cuando se atisbaba una buena casa no daba tiempo a hacer la foto). Para haceros una idea rápida, en las puertas de los chalecitos había deportivos italianos, alemanes y lo más barato que vi fue un Jaguar. Por lo que se ve, el Garden District (se llama así) sigue siendo residencia de los ricos podridos de verdad, tal y como ya ocurrió hace dos siglos, cuando al bullicio y el compadreo de naciones que se daba en el French Quarter, las grandes familias nativas (americanos de tomo y lomo) respondieron alejándose del centro y se fueron construyendo sus mansiones. 

Sin embargo, yo albergaba oscuras intenciones para alejarme hacia lo que ellos denominan Uptown (mirando el mapa está debajo, pero en Nola son muy especialitos y los adverbios de localización los establecen dependiendo si estás por encima o por debajo del Mississippi, no si estás simplemente por encima o por debajo de toda la vida, que es el norte y el sur). Digo yo que aquí el Kamasutra viene con un apéndice corrector.

En fin, que iba yo de un lado para otro (viva la indefinición para evitar líos) y, en el camino de vuelta de pronto vi la luz.

  
En realidad, vi una calle llamada Cadiz (sin tilde, no vaya a ser). Así que me bajé y me puse a andar con esas oscuras intenciones en la cabeza (no se me han olvidado) y muchas ganas de volver a ponerme bajo un calor de justicia maligna. Porque mucho roble para los ricos, pero cuando te adentras en la clase media sólo hay océanos de sol sobre tu cabeza.

De camino hacia mi destino (parece el título de un libro #pornonaifparachachas de esos que están de moda ahora), caminé por Magazine Street, una calle a la que las guías consideran la calle más larga (no hago chistes) de compras del mundo. 

Pues vale. Lo malo es que el rollito es el siguiente:



O sea (nunca mejor dicho): tiendas boutique de antigüedades, decoración, arte y mucha, mucha moda para ellas (para nosotros había una de cada diez). El paraíso según para quién. Con este calor, a la una del mediodía, me entró un Nunca he tenido tanta ganas de encontrar un bar con cerveza helada. 

No, chicos (y chicas, si han vuelto de mirar escaparates: comentario patrocinado por el extinto Ministerio de Igualdad). Mis atorrados pies me llevaban aquí:




Os presento al poboy de gambas fritas del Domlise's. Hay quien lo sitúa (gente de fuera, de esos que vienen de turisteo) entre los diez mejores bocadillos de América. Los de Nola dicen que es uno más entre muchos. Y es hora de que os explique lo que es un poboy (degeneración de la expresión poor boy, chico pobre). Es un bocata (no sé a qué tanto misterio) y aquí lo rellenan de lo que sea y cada uno dice que tiene el mejor de la ciudad. 

Éste justifica su fama. No obstante, creo que voy a tener un problema con los poboys: el pan. Aquí no saben lo que es hacer pan y sí, lo intentan, pero al final se queda algo chicloso. Este mismo bocata, con un buen pan (hasta con pan del chino, recién holneado) sería algo de escalas indescriptibles. 

Casi lo es. El garito es peculiar, de los que sales con olorazo a fritanga, con un camarero escuchimizado de 80 años que es quien te sirve las cervezas heladas (se aprecia en la imagen... la cerveza, no el tipo) y dos señoras mayores, hijas o familiares en algún modo de la primera generación que abrió el bar hace medio siglo, a la cocina. Curioso que no fríen a paletadas las gambas o las ostras o lo que sea que se ponga en el pan: por cada pedido, van haciendo la cantidad justa para cada bocadillo (y ves cómo enharinan las gambas frescas allí mismo, en la cocina abierta a todos). 

Los gaditanos (y algún madrileño al que he llevado) entenderán el nivel del local (mejor no mirar su limpieza ni mucho tiempo los rincones o los suelos) si lo comparo al Bar León de San Fernando. No sabemos cómo pasan los controles sanitarios (y no es con cohechos porque no tienen ese dinero), pero sirven el mejor poboy de gambas fritas de la ciudad (en Nola) y las mejores tortillitas de camarones del mundo (en Cádiz). 

Con el estómago lleno, y a la una de la tarde con 40 grados a la sombra, no se me ocurre nada mejor para bajar la comida que hacer caso al Tutitrí y visitar un samatari. Siendo exactos, el más famoso de la ciudad, el Saint Louis Cementery Number One (mira, como el Mambo...). Su nombre lo deja claro: fue el primero, de finales del siglo XIX y está al borde del French Quarter. Es más bien pequeño; tanto que no creo que alcance la superficie de un campo de fútbol (esa medida periodística estándar). Aunque lo parezca, no está abandonado, ya que hay placas bastante recientes, entre charcos de agua estancada que puede estar ahí enfangada desde 1789. Y ahora entiendo que dijeran lo de ir de día. 

Os dejo una galería:








Y ahora otras dos fotos:




Os presento la tumba de la señora Marie Laveau (bueno, dicen que es esa y que ella está ahí, pero ninguna de esas afirmaciones está clara), la reina vudú más famosa de la zona. Cuentan que su tumba es la segunda más visitada en todo los USA, sólo superada por Elvis. Lo de las tres equis, así como la variopinta muestra de presentes que la gente deja a los pies de la tumba, son señales de respeto a la señora (la parafernalia en torno al vudú no es sólo reclamo turístico en camisetas y regalos baratos en general, sino una cuestión muy seria en la ciudad).  

Y tras este párrafo empapado de vudú dejo de hacer bromas.

Por hoy.

PD: la foto detalle de hoy que encabeza el post es de unos collares colgados de un árbol. Resulta que el Mardi Gras la acción genuina no se desarrolla en el French Quarter, sino que se traslada a los barrios de enjundia (en opinión de los nolenses). Pues es muy típico que todos anden comprando y regalando y tirando donde sea estos collares (algo así como eso de dejar colgados de un tendido eléctrico un par de zapatos viejos). Si luego se junta que es en las cercanías de una casa no habitada pues pasa esto: cuatro meses después (o años después), los collares todavía andan columpiándose. Como te descuides, te dejan el patio como a Falete en el día del Orgullo Gay:


1 comentario:

  1. Es la segunda vez que escribo este mensaje, pero... Jaigermaiester!!!??? Nooooooooooooo. Insensato. Parece canela, pero es veneno y del malo. Del que te garantiza un gran 'clavo' para el día siguiente. Este año me he sumado un pelín tarde a la Ruta Pop, pero no decepciona. Apertas!!!

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