sábado, 11 de julio de 2015

Día 6: Alcanzar la playa



Ruta de hoy: Nueva Orleans-Grand Isle-Lafayette: 300 millas (pero siete horas por ser carreteras muy secundarias).

Como siempre, la canción del día está al final del post, pero es que la de hoy quizá diga mejor lo que quiera decir que todo lo que pueda decir a partir de ahora. 

En efecto, otra playa alcanzada (yo y mis afanes por tragar kilómetros para toparme con algo más que nada). Una playa fea, casi abandonada, en cuya lontananza se ven como uñas torres petrolíferas y donde no saben lo que es una bandera azul, un socorrista o un Joshua comiéndose el yugú de pero. 

También es verdad es que, para llegar a Grand Isle hace falta valor (como dice aquella otra canción y también por el calor inhumanamente húmedo que hace) o paciencia: a más de dos horas de Nueva Orleans es quizá la playa más cercana en el Atlántico a la ciudad... y sí, hay cierta infraestructura turística sobre una manga de tierra de no más de quinientos metros de ancho y 20 kilómetros de largo entre el océano y mil pantanos (por la historia de inundaciones, las casas se construyen sobre pilares de más de dos pisos de altitud). 




Y todo, para encontrar esto al final de la carretera:



Que lo del tesoro me viene perfecto para contar la batallita de hoy: la del pirata Jean Lafitte, para mí, el verdadero héroe de la batalla de Nueva Orleans por encima del general Jackson. Porque Lafitte vivía de lujo en las inmediaciones de Grand Isle, controlando el flujo y reflujo de contrabando en los bayuus que desembocan en el Mississippi y siendo, en puridad, la persona más importante de la Luisiana de principios del XIX.

Y, sin embargo, le dio por hacerse el héroe. Lo fue porque los ingleses le ofrecieron más dinero del que nunca vería por servirle de guía entre las marismas para atacar Nueva Orleans. Lafitte dijo que no. Dijo que no pese que los americanos le acababan de detener al hermano y lo habían encerrado en una mazmorra de Nueva Orleans. Sin pedir nada a cambio, fue a los dirigentes y les avisó de que los ingleses iban a por ellos. No le hicieron caso. Jackson no se fiaba de un pirata.

Hasta que la cosa se puso fea y Lafitte pudo negarse entonces. En cambio, no sólo ayudó a los aliados sino que les entregó todos lo cañones que había ido recolectando en sus asaltos varios (unos cañones que serían esenciales en la defensa) y, de paso, les aconsejó sobre cómo moverse por la zona. 

Una zona nada fácil incluso hoy:




Hasta el GPS se cree que voy en lancha (para él, lo rojo es la carretera):




Volviendo a Jean, los héroes verdaderos nunca acaban realmente bien (anda, repasad un poco la mitología griega, que sólo los truhanes y las liantas conseguían lo suyo; o mejor aún: mirad de quiénes son las estatuas de vuestras plazas). Es cierto que, durante unos meses, fue tratado como un noble entre las calles de Nueva Orleans pero, pasada la euforia de la victoria, los nobles de verdad (que me digan qué es un noble en un país con medio siglo de historia) empezaron a recelar y Lafitte tuvo que huir a otro rincón pirata (Grande Isle ya no tenía secretos para nadie después de su entrega). En concreto, a Galveston (en Texas, hoy)... Y allí suponemos que el héroe se resignó a colgar la escarapela de salvador y vivió de botines.

Pero bueno, ya estoy en mi destino de vida disoluta y algo marginal y un concierto cajún me espera... Antes, alguien quiere saludar desde el mismísimo campo de batalla:




Americanity, siempre chupando cámara...

En fin, os dejo, como decía, la canción que resume el día...  (y que, por cierto, es el track 14 de la segunda parte de Una aventura pop).



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