jueves, 7 de septiembre de 2017

Día 1: De qué sirve la simpatía

No tengo ni idea de por qué parece que me haya rociado un bote de mostaza en la camisa. La camisa está limpia, lo juro.


Esto va a ir de principios. Porque aquí, en Filadelfia, empezaron muchas cosas y ahora le ha tocado a la Ruta Pop V comenzar su recorrido entre un puñado de callejuelas que se resisten a ser la hermana pequeña de Nueva York, Washington, Boston, Chicago... y sigan poniendo ciudades americanas más importantes por delante en la lista, que seguro que se les ocurren muchas más. 




Filadelfia es mona. Simpática/o, que ya ni podemos decir eufemísticamente porque todos sabemos que cuando te tildan de simpático es porque no puedes aspirar a más. Simpático o simpática ya es un insulto descarado, una afrenta maleducada. 

Pues Filaldefia es simpática. Hoy no me ha dado mucho tiempo a nada, así que aviso que voy a soltar una cantidad importante de generalidades sin fundamento, primeras impresiones de cateto recién aterrizado, en definitiva. Mañana supongo que podré insultar con más conocimiento de causa. 

O tragarme mis palabras. 

Pero hasta entonces, Filadelfia es una ciudad donde no hay taxis en el aeropuerto y te engancha un tipo que ni siquiera es un VTC (¿podré nombrar aquí en voz baja al diablo sin que me apedreen el blog alguna gremial del taxi patrio?), que te mete en un coche y que mejor no me informo de cuánto cuesta realmente un taxi al centro porque está claro que me han timado (tanto viaje a USA para que me encalomen una de estas). Pero es que no había taxis en el aeropuerto. Y demasiado que he llegado, porque el tipo conducía con una sola muñeca. La izquierda. Porque con su mano derecha sostenía un móvil que no sé para que lo tenía en altavoz si se lo llevaba a la cara con la mano (y encadenó llamadas una tras otra en todo el trayecto); y con la izquierda, la de la muñeca con la que manejaba el volante, sostenía un fajo de billetes. Luego, cuando se guardó los billetes al rato largo, usó la mano para darle a la bocina con insistencia. 

Era simpático. 

Y esta vez no estoy siendo sarcástico.

También han sido simpáticos en el aeropuerto donde por primera vez me han llevado en la aduana a una segunda inspección. ¿Eso es porque se imaginaban que iba a llamar a Filadelfia segundona? No, seguramente todavía anda en busca y captura ese capo mexicano con mi mismo nombre (miren en google si no). 


La trasera el Independence Hall, donde se reunieron los revolucionarios.

Filadelfia importa. Claro que sí. Fue capital varias veces antes que Washington; fue la segunda ciudad del Imperio británico en habitantes tras Londres justo antes de la independencia; y en sus calles adoquinadas y sus casitas coloniales se forjó la independencia de la Corona.

Filadelfia ha sido más que Nueva York y ahora es una miniatura de la Gran Manzana; tiene más abolengo que Boston pero no tiene Harvard ni su empuje comercial; en su Old City se acumulan las señalizaciones históricas que jamás soñaría Chicago pero nadie quiere hacer rascacielos aquí; su puerto es irrisorio frente a Baltimore, su escena musical es una broma en comparación a Nueva Orleans; el buen rollito (la llaman la ciudad del amor fraterno) no le vale para ser la meca de la libertad que sí encarna San Francisco.

Aquí se podría decir que nació Estados Unidos. En torno a las manzanas que ocupan la media docena de edificios emblemáticos, se apelotonan las placas en homenaje a soldados caídos, los primeros caídos de su nación. O ya que todo el mundo habla de George Washington, Benjamin Franklin y demás prebostes, yo me quedo con la estatua de John Barry, un irlandés al que han colocado a la espalda de todo, contracorriente. 




Y esto no es más que un chiste fácil, porque este hombre sufre una doble discriminación. Ya solo que te recuerden en Filadelfia te condena a la segunda fila de notoriedad yanqui. Pero es que la propia Filadelfia da la espalda a su manera al que se considera como padre de su Armada, la US Navy de portaaviones mil, submarinos nucleares y top guns.  

La cosa, en fin, es hacerle una foto a una estatua con cielo de fondo. 

Porque entre hoy y mañana nos vamos a atracar de placas que señalizan lugares más antiguos del país. 

Como el de la primera foto, el que me sitúa en el Elfreth's Alley, el que aseguran que es el callejón habitado más antiguo de Estados Unidos. O sea, la calle de una ciudad con mayor historia. 



Filadelfia tiene su corazoncito porque en sus parques hay más ardillas que palomas. 

Que no sé si significa algo o es que quería soltar el comentario absurdo de la jornada. 

Muy simpático todo.

PD: y para que no sea todo tan amargo, me despido con algo que sí es de aquí y nadie se lo puede quitar (aunque lo pongan hasta en el Vips): el cheesesteak nació en Filadelfia y el Geno's, en el barrio italiano, es una de sus mecas. Eso sí, americanos todos: no cuesta nada comprar un pan en condiciones, que para chicle ya tenemos muchos chicles de mil sabores. La carne sí estaba buena. 



   

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